El miedo y la literatura

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Desde los principios del tiempo, el miedo ha estado involucrado en la historia y el desarrollo del hombre. Ha nutrido e inspirado muchas de las sensaciones y experiencias que el hombre ha tenido. Ha dado a luz a muchos movimientos que aún hoy se mantienen vigentes como piedras angulares de la sociedad y civilización humana. ¿Por qué, entonces, el miedo tiene una connotación tan negativa para la mayoría de la humanidad? A pesar de estas connotaciones, el miedo siempre ha sido una forma de definir con propiedad la experiencia humana, no hay otro ente que haya dado nacimiento a tantos sentimientos, experiencias y movimientos a través de la historia del hombre. El miedo, tan natural como nosotros mismos, está arraigado en nuestro propio ser. No hay un hombre que no tenga miedo, y probablemente estos miedos lo acompañarán por el resto de la vida. Vinculado con nuestra propia inteligencia y la consciencia de nuestra existencia, el miedo nos define como seres humanos, basta decir que no hay otro ser viviente que sienta miedo con la misma magnitud y con la misma consciencia que lo hace el hombre.


En los orígenes del tiempo, el miedo fue una de las primeras respuestas del hombre primitivo al mundo en el cual se encontraba sumergido, el miedo a lo desconocido creaba una necesidad de definir y de explicar eventos misteriosos que rodeaba al hombre antiguo y que iba más allá de su control. Descubrir aquello que es desconocido nos permite crear una garantía y una muralla contra el miedo, forma provisional de escapar a los sentimientos atroces y horribles causados por éste. El miedo a lo desconocido se ha venido heredando hasta la actualidad, arraigado en nuestro inconsciente, dando origen a nuestros miedos infantiles, cuando el mundo nos es vasto y desconocido. En este sentido Dorothy Thompson escribe: “El miedo crece en la oscuridad; si piensas que el coco está por ahí, enciende la luz”.

El miedo a estos eventos (ya sean la tormenta, la guerra, la oscuridad, la enfermedad) dio lugar al nacimiento de la mitología, creando dioses e historias para correr el velo de misterio de estos hechos y poder explicarlos. De igual forma creó dioses para proteger al ser humano de estos entes tan oscuros y peligrosos. De esta forma, el miedo se vuelve amalgama de lo que luego sería uno los pilares de la sociedad moderna: la religión. En un dilema que nos lleva a la creación del hombre por Dios o de Dios por el hombre, aún hoy en día uno de los mayores orígenes de la fe de muchas personas es el miedo, ya sea miedo a lo que pueda sucedernos después de la muerte o miedo a un ente todopoderoso que nos pueda castigar si no vivimos bajo una serie de códigos y normas.
El miedo a lo que nos hiere, a lo peligroso, crea una esencial necesidad por protección y seguridad, jugando un papel importante en la forma que creamos nuestros vínculos con las personas a nuestro alrededor desde el momento de nacer. En gran parte el cariño que le tenemos a nuestros seres queridos puede subconscientemente estar vinculado al hecho de que la familia y nuestros amigos, además de compartir nuestras alegrías, son las personas que nos protegen, que nos cuidan, con las que, sin darnos cuenta, compartimos también nuestros más profundos miedos. Instintivamente, al momento de elegir una pareja, buscamos aquella que pueda proporcionarnos cierta estabilidad emocional, cierta seguridad económica, respondiendo a los miedos innatos y los miedos causados en el transcurso de nuestro desarrollo.
El poder y control que tiene el miedo sobre el ser humano resulta extraordinario. El pánico puede regresar al hombre a sus niveles más primitivos, puede deformar nuestra propia realidad y aislarnos del mundo real. El miedo puede paralizar y matar al hombre, tanto como individuo como sociedad. En este sentido, el miedo ha originado muchos otros movimientos y ha estado presente en la historia de la humanidad: Durante la edad media un miedo constante a la herejía, al diablo, a un castigo divino y una necesidad de protección para la iglesia y el poder que ésta tenía, creó movimientos como el oscurantismo y más adelante la Inquisición. Durante la guerra fría el temor a una guerra, al poder de otra potencia, a otro sistema económico, llevó a los gobiernos a una producción masiva de armas nucleares, a la población a la construcción de refugios contra las armas nucleares y a una hostilidad casi irracional entre un país y el otro. Hoy en día una cultura de miedo trata de controlarnos y llevarnos hasta un punto de psicosis en el que podamos ser tan manipulables como un rebaño de ovejas huyendo de los lobos. De esta forma, el miedo se convierte en un arma, tal vez una de las más efectivas, económicas y letales, ya que usa la propia existencia del hombre contra él mismo.
En ese sentido, no es extraño que todo un género de la literatura, en su esfuerzo por describir y reflejar cada uno de los instintos y sentimientos humanos, se dedique al miedo y el terror, creando así toda una literatura sublime y diferente al resto de los otros géneros: la literatura de horror.
Aunque pueda ser repudiada por dedicarse a revivir sentimientos desagradables y ser menos práctica y placentera que una literatura de temas normales y corrientes, la literatura de horror cuenta con un atractivo irresistible, dado que se funda en uno de los sentimientos más intensos y permanentes en las mentes de los seres humanos: el miedo. La literatura de horror es la que refleja aquella otra mitad de nuestro ser, nos lleva a los oscuros recovecos de nuestra mente y nos transporta a nuestro más antiguo y primitivo ser donde yacen nuestros sepultados miedos. La literatura de horror nos permite escapar de nuestra rutina sumergiéndonos en un mundo oscuro lejos de la vida cotidiana, lejos de aquella mitad de cosas normales de la experiencia humana, estimulando nuestra imaginación, pintándonos todo un mundo de sombras y emociones y satisfaciendo nuestro humor negro innato a medida que vemos como otra persona sufre de un peligro del cual nosotros, testigos intangibles de la terrorífica historia, podemos deshacernos con facilidad simplemente cerrando el libro.
Si algo nos impide, sin embargo, cerrar el libro e interrumpir el relato terrorífico en el cual nos sumergimos con la literatura de horror, es aquel curioso coctel de adrenalina y placer que se dispara al momento de imaginar susurros en la oscuridad, presencias ocultas en las sombras o cualquier otra cosa que despierte esa parte de nosotros que permanece dormida el resto del día, que nos permite saber que seguimos siendo humanos. No podemos anular de la noche a la mañana toda una historia de evolución marcada por el miedo, una tradición tan profunda y tan longeva como cualquier otra.
La verdadera literatura de horror de H. P. Lovecraft va más allá de cualquier clásico cuento de terror que puedas contar entre tus amigos y los característicos íconos de la cultura de horror y miedo; más allá de un asesino que regresa del infierno, seres sobrenaturales, salones enteros bañados en sangre y sonidos escalofriantes. La literatura de horror juega con una atmosfera melodramática de sombras y fuerzas desconocidas con el fin de revivir una idea terrible para el hombre, para derrumbar nuestras murallas internas y nuestras garantías, y dejarnos expuestos ante los sentimientos atroces y horribles del miedo.
Así como el miedo nos define como seres humanos, es el miedo lo que define a la verdadera literatura de horror, la habilidad de producirnos escalofríos y pavor y de sumergirnos en un mundo oscuro en el cual, las normas de la naturaleza, los códigos que hemos creado para evadir el miedo, no existen, y entramos en contacto con lo terrorífico, con lo desconocido, con aquella otra parte de nuestra experiencia humana. La verdadera literatura de horror es aquella que toma nuestros miedos más profundos y juega con ellos.
En un mundo en el que cada vez hay más formas de expresarnos y en el que el cine y la tecnología pueden hacer posibles cosas que hasta hace poco sólo eran posibles en nuestra imaginación; En un mundo en el que cada vez hay menos espacio para lo desconocido y nuestros miedos son cada vez más desterrados de nuestro ser por la rutina diaria; la literatura de horror, la verdadera literatura de horror, representa un verdadero desafío para cualquier escritor. Un desafío que consiste en pintar con sólo palabras todo un mundo paralelo, motivarnos a usar nuestra imaginación y transportarnos fuera de nuestra cómoda realidad; y aún más desafiantes, resucitar y extraer de nuestro subconsciente aquel intenso sentimiento que pudieran experimentar nuestros más primitivos parientes ante el rugir de la tormenta, el crepitar del fuego, el susurro de lo desconocido y aquella presencia escalofriante escondida en las sombras de nuestro ser.


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