¡En la parada, por favor!

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Ustedes también lo han pensado, yo sólo lo escribí.


"Y a continuación declaraciones del representante de la Tendencia Sociópata de Venezuela culpable de los eventos ocurridos el pasado mes:

‘Jamás entenderé porqué el venezolano promedio es un conformista sin mentalidad de cliente. ¿Está consciente, ciudadano, que usted por viajar en esta unidad de transporte público está pagando y no siendo pagado? ¿Por qué se empecina en usar una unidad cuyos asientos están todos ocupados? ¿Es acaso su tiempo mucho más importante que el resto de sus conciudadanos? ¿Es acaso su tiempo más importante que su comodidad? No, mejor aún. ¿Es más importante que su salud? Sé que usted no se está preguntando ninguna de estas cosas. Usted se está preguntando cómo un buen muchacho es capaz de hacer algo tan horrible. Y no los culpo por centrarse sólo en eso, sólo nos enfocamos en los demás cuando algo está mal en ellos. Es en los demás donde siempre hay algo que está mal.

Sucedió una tarde de Junio, el sol castigaba de forma despiadada y el sol derretía todos los relojes ralentizando el paso del tiempo a niveles desesperantes. El autobús que había abordado era uno más de los dos millones doscientos automóviles inmóviles en el tráfico de una ciudad sin vialidad planificada. El capitalismo foráneo bloqueaba las calles con su ejército de camiones en su misión de robarle nuestra soberanía a unos ciudadanos entreguistas para quienes carros, reproductores de música y televisores lo son todos. Resignado a esperar la hora y media que me tomaba llegar a mi sitio de trabajo a sólo unos kilómetros de mi casa mis ojos desganados veían sin mirar como aumentaba la población de mi pequeña cámara del dolor, cada habitante con el aparente propósito de frotar sus genitales contra las fronteras de mi individualidad. Cada usuario que abandonaba el autobús, con sus asientos muy juntos uno detrás del otro, eran reemplazados por cinco que con desarrollada experticia encontraban un lugar donde ubicarse. Me encontraba en un profundo trance producido por la combinación de los espejismos del calor y la estruendosa trompeta de la salsa erótica cuando mi mente, harta de trazar el recorrido de aquella gota de sudor en la calva del pasajero justo en frente de mis ojos, se abandonó a una vorágine veloz de pensamientos, uno tras otro, tras otro, tras otro hasta desencadenar mi fin.
¿Qué podría hacer sino resignarse? Todo esfuerzo era inútil y un cambio de mentalidad era inconcebible y sin importar a qué dedicara mi vida; política, educación, filosofía, sacerdocio, medicina, policía, criminal, no había formar de cambiar el mundo en el que me había tocado vivir. No había absolutamente nada que yo pudiera hacer más que abrirme de piernas y dejar que el sistema y la presión social me tomaran. Como el autobús en larga fila de los dos millones doscientos de automóviles inmóviles, yo era un hombre más en la larga fila gris de veintinueve millones de venezolanos. Y sí, lo sé, muchos podrían juzgarme de ser un mal ciudadano, pero a la vista de los hechos, ese cargo es la menor de mis preocupaciones.
¿Por qué? ¿Por qué te cuesta tanto esperar al próximo autobús, tú, joven madre soltera con tus 3 niños, uno más molesto que el otro? ¿Por qué? ¿Por qué no pueden esperar dos minutos más, liceístas ruidosos? ¿Por qué? Estoy seguro que en el siguiente autobús había suficiente asientos, y si no había otro inmediatamente atrás de ese. ¿Por qué éste? ¿Por qué insiste en golpearnos a todos con su bolso de gran tamaño, Señora? ¿Por qué? ¿Está en realidad tan apurado, usted, mercantilista agresivo? ¿Qué le hace pensar que su tiempo es más importante que el mío? ¿Por qué debe importarme que vaya tarde? ¿Por qué? ¿Por qué se empecinan en parecer un proletariado infradotado? ¿Cuántas veces más tengo que escuchar la historia de aquel viejo motel, Señor Chofer? ¿Por qué yo, luego de haber planificado mi jornada con suficiente tiempo para esperar el autobús apropiado, debo darle mi asiento a una persona que agarró el primero que vio? ¿¡Por qué?!

¡CRACK!

Algo se rompió dentro de mí. Mis neuronas recorrieron caminos nunca recorridos en mi cerebro, exploraron sitios nunca explorados y pensé cosas que nunca había pensado. Me resigné, pero a mis pensamientos más oscuros. Y puse la bomba en aquel hospital. Con lo corrupto que están todas las infraestructuras en este país, fue más fácil de lo que pensé. Tan fácil que un estudiante de veintidós años sin ningún conocimiento o antecedente terrorista es ahora enjuiciado por la muerte de miles de personas inocentes. ¿Escandaloso, cierto? No obstante, ciudadano, respóndame usted. ¿Es acaso más escandaloso que veintinueve millones de vidas desperdiciadas? No siento pena alguna por la gente que murió, créanme, con lo deficiente que es el sistema médico y la falta de insumos, ya estaban todos condenados. Yo les he dado un propósito más alto a sus vidas que pudrirse en un hospital para niños. Yo le he dado un propósito más alto a mi vida sacrificando todos los años que pude haber invertido siguiendo un camino honesto, pero inútil. En estos momentos mi voz está llegando a millones de venezolanos, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados en la ardua lucha por la supervivencia contra un sistema que tortura y encarcela a los hombres. En estos momentos todas las fallas que me llevaron y me permitieron cometer un acto tan horrible han sido desenmascaradas a sus ojos. ¿Cómo ha podido ocurrir esto? ¿Quién es el culpable? La verdad sea dicha, si buscan a mis cómplices, solo tienen que mirarse al espejo…”.

El joven tuvo que ser retirado del lugar antes de que la multitud, enfurecida por las acciones perturbadoras y las palabras cínicas lo linchara. Fue sentenciado a cadena perpetua, sentencia que nunca se llevaría a cabo en un país donde un reproductor de música cuesta más que un asesinato. El juicio por su alma fue increíblemente más corto que el juicio por su vida. Descubrió muy a su pesar, que todas las religiones tenían algo de razón y que su destino era el infierno. Mas no un infierno lleno de llamas y ríos de sangre ardiente, sino un mugroso edificio burocrático donde a cada condenado se le asignaba un infierno particular de acuerdo a sus crímenes en vida.

¿El suyo? Una cola sin fin, moviéndose tan lento que ante una eternidad más bien podría no moverse. Un autobús destartalado, lleno de gente superficial, un calor infernal, un vallenato trancado, un asiento muy angosto para sus piernas, una gorda amorfa a su lado con un bebé en las manos.

El bebé comienza a llorar.


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