A nadie le gustan los superhéroes ya

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RETIRED - Alexander Tang, Georg-Simon-Ohm Hochschule


Nadie me escuchó ese día en la rueda de prensa. No es que tuviera derecho a réplica. No es que hubiera podido tenerlo, nunca fui convocado al evento en el cual se anunciaba que yo… ya no era imprescindible. Lo irónico es que aun así estuve presente, pues era mi deber cubrir dicho evento bajo el disfraz de mi doble identidad. Aún puedo recordar las peores palabras que he escuchado en mi vida, pronunciadas ese día.

— ¿Y qué si puede volar? — gritó algún entreverado. Uno más entre la multitud que prosiguió con una voz burlona y una pésima pronunciación del inglés— ¡Hey, yo también puedo! ¡Para eso existe Santa Bárbara o American Airlines!

Ésta fue sólo una de muchas quejas y reclamos y argumentos absurdos y sin sentido que tuve que escuchar ese día. “¿Y a quién le importa si es fuerte?”, “¿Quién paga la cuenta de ese teléfono para llamarlo?”, “O sea, yo no tengo nada en contra de él… Es sólo que, ¿sabes?, el bien está así como… fuera de onda, ¿me entiendes?”, “¡Es que es así como… demasiado noble!”

Sí, soy un superhéroe. Lo era. Lo soy. Desde mi atalaya velo por la humanidad, persiguiendo delincuentes y luchando a capa y espada por la paz, el amor y la justicia.

Pero hoy me doy cuenta que muy poca gente; aún entre los más aficionados de las novelas gráficas, pueden entender lo que es ser un superhéroe y lo que eso conlleva: Ser siempre oscuro, ser siempre frio y estar siempre tan lleno de conflictos. Nunca tener una mano que sostener ni un hombro para llorar. ¿Te imaginas vivir en silencio, sin vida propia y siempre metido en un incómodo disfraz que además te da picazón en la entrepierna? Imaginen vivir siempre bajo la presión y el deber de ser fuerte todo el tiempo, siempre honrado, siempre bondadoso. Y lo más importante, imaginen vivir siempre solo, pues la soledad es inevitable para aquellos que siempre se atañen a la moral de los héroes como yo. Eso fue lo que sucedió ese día. Soy un caballero oscuro con un alma brillante en un sitio donde no hay lugar para los valientes y atrevidos.

No los culpo por no entender, nadie está preparado para entender la verdadera naturaleza de ser un paladín de la justicia... Vamos, que ni siquiera yo lo estaba. Ese día, al ver los rostros y los ojos de cada uno de los malagradecidos ciudadanos de aquella metrópolis decadente, pude darme cuenta: A nadie le gustan ya los superhéroes. A nadie le interesa el hombre que representa todo aquello que los supera. Nadie quiere conocer al hombre que representa esa moral inmaculada e impoluta, tan alta e inalcanzable en los cielos que parece propia de una deidad y no de un ser que camina entre seres corruptos y condenados.

Ese día pude entenderlo. Yo sí era… Yo sí soy demasiado noble, demasiado ciego. Pude entender lo que decían sus miradas. “Ya somos mayorcitos, podemos cuidarnos solos. No necesitamos a alguien que se preocupe por esa bondad y esa inocencia que hemos dejado atrás”. Pude ver que más allá de todas mis nobles campañas y de las incontables veces que salvé la ciudad… Ellos sólo veían todo el mal que ellos habían obrado en sus vidas, reflejado en mis ojos.

¡Santos Murciélagos! Tal parece, que he sido traicionado.

Lo siento, pero no resucitare esa cruzada ya. Ya no estaré ahí junto al teléfono. Ya no responderé a la señal. Ya verán. Se arrepentirán. Me vendrán a buscar y yo no estaré ahí. No, estaré aquí, entre archivos y expedientes, desde donde escucho a los chicos al poder celebrar, la victoria de ese malicioso juego de engaños y mirando por encima del hombro al mundo que han creado, una tierra de niños perdidos y cerebros sedados. Aquí, desde el armario en el que, entre otras nobles campañas, velo por un piso al que limpiar, persiguiendo gérmenes y luchando a trapo y escoba contra el sucio, el polvo y las manchas.

Ésta es ahora mi vida y no preciso más.


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